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Addis Ababa en 24 horas: una inmersión en la historia viva de África

Pocas ciudades africanas resumen con tanta intensidad el alma de un país como Addis Ababa, capital de Etiopía. Moderna y caótica, mística y profundamente histórica, Addis —como la llaman sus habitantes— es el corazón político, espiritual y cultural de una nación que nunca fue colonizada, que conserva su alfabeto y calendario propios, y que guarda, entre sus colinas, uno de los descubrimientos más importantes de la humanidad: Lucy, la abuela de todos.

Si solo se dispone de 24 horas para conocer esta ciudad de más de 5 millones de habitantes, la experiencia puede ser intensa pero inolvidable. Addis Ababa no se deja conquistar fácilmente, pero una jornada bien aprovechada permite rozar la superficie de su complejidad única y entender por qué Etiopía ocupa un lugar tan especial en el imaginario africano y mundial.

Primeros pasos: una historia distinta en África

Los etíopes se jactan con orgullo de ser el único país africano que nunca fue colonizado formalmente por una potencia europea. Aunque sufrió una ocupación italiana entre 1936 y 1941 durante el régimen fascista de Mussolini, la resistencia etíope fue feroz, y el país recuperó rápidamente su independencia, manteniendo intactas sus estructuras culturales, lingüísticas y religiosas.

Este legado de autonomía se respira en Addis Ababa, fundada en 1886 por el emperador Menelik II. La ciudad fue pensada desde el inicio como una capital africana soberana, un centro de poder que nunca cedió su alma al dominio extranjero. Hoy, además, es la sede de la Unión Africana y de múltiples organismos internacionales, lo que la convierte en la “capital diplomática de África”.

Amanecer en el monte Entoto: la cuna de la capital

La mejor manera de comenzar el día es ascendiendo al monte Entoto, al norte de la ciudad. Desde sus más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, se obtienen las mejores vistas panorámicas de Addis Ababa extendiéndose entre colinas, avenidas congestionadas y torres en construcción.

Pero Entoto es más que un mirador. Es un lugar sagrado. Aquí se instalaron originalmente Menelik II y su esposa, la emperatriz Taytu Betul, antes de fundar la capital en el valle. Las iglesias antiguas, como Entoto Maryam, y el modesto palacio de madera donde vivió el emperador, pueden visitarse, ofreciendo una ventana al pasado imperial del país. En la densa vegetación de eucaliptos y cipreses, todavía se percibe el espíritu de fundación que impregnó el nacimiento de la ciudad.

Etiopía tiene montañas en la mayoría de su territorio, por lo que también es considerada “El techo de África”.

También tuvo Etiopía su pasado “comunista” bajo el gobierno de Mengistu Haile Mariam, reconocido como uno de los ejemplos más duros del comunismo en África, que se enfrentó a Somalía por el control del Ogadén, con la intervención de miles de soldados cubanos.

Al encuentro de Lucy: el Museo Nacional de Etiopía

De regreso al centro, la siguiente parada imprescindible es el Museo Nacional de Etiopía. Aunque la exposición de arte tradicional y objetos imperiales es valiosa, el verdadero tesoro se encuentra en el subsuelo: una vitrina iluminada que contiene los restos de Lucy, el esqueleto fosilizado de 3,2 millones de años de antigüedad, perteneciente a un ejemplar de Australopithecus afarensis.

Descubierta en 1974 en la región de Afar, Lucy cambió para siempre nuestra comprensión de la evolución humana. Su presencia en este museo no es solo un orgullo nacional, sino un recordatorio de que África —y particularmente Etiopía— es la cuna de la humanidad. La exposición que la rodea, con reconstrucciones, mapas y explicaciones accesibles, logra transmitir la dimensión científica y simbólica del hallazgo.

Ver a Lucy es una experiencia casi emocional: ante ella, uno no se siente extranjero, sino parte de una historia compartida que comenzó en este mismo suelo.

Entre incienso y fe: la catedral ortodoxa de la Santísima Trinidad

Al salir del museo, un breve recorrido lleva hasta uno de los centros religiosos más imponentes del país: la Catedral de la Santísima Trinidad (Kidist Selassie), principal iglesia de la Iglesia Ortodoxa Etíope Tewahedo, una de las más antiguas del cristianismo.

El templo, de arquitectura ecléctica y majestuosa, no solo impresiona por su tamaño o por los vitrales que filtran la luz del mediodía con un aura mística. También por ser el lugar donde descansan los restos del emperador Haile Selassie y de su esposa Menen Asfaw. Figuras clave en la historia moderna etíope, Haile Selassie fue una voz africana contra la colonización y símbolo espiritual para el movimiento rastafari.

Los cantos ortodoxos, el olor a incienso y la devoción de los fieles dan al visitante una muestra de cómo la religiosidad en Etiopía sigue siendo parte central de la vida cotidiana, tan viva como su historia milenaria. También hay una buena proporción de musulmanes que conviven naturalmente con la mayoría ortodoxa.

Tarde en el Mercato: el alma popular de Addis

Tras un almuerzo con injera (el tradicional pan etíope de sabor ligeramente ácido) y guisos especiados como el doro wat, – o trozos de carne cruda para los más osados – es hora de adentrarse en el caos controlado del Mercato, considerado uno de los mercados al aire libre más grandes de África.

Aquí no hay rutas turísticas ni guías que alcancen: se trata de una experiencia inmersiva en la energía urbana. El Mercato es un laberinto de puestos que venden desde especias y café hasta repuestos de autos, textiles, productos de limpieza y amuletos religiosos. Cada esquina vibra con gritos, olores y regateos.

Es recomendable ir con un guía local o al menos con alguien que conozca el terreno, ya que el lugar puede ser abrumador. Pero también es la oportunidad perfecta para ver el rostro cotidiano de Addis: comerciantes, jóvenes cargando bultos, mujeres con coloridos velos, niños curiosos. Es la Addis que no sale en las postales, pero que forma su verdadero corazón.

Un atardecer con café: la ceremonia etíope

Para cerrar la jornada, no hay mejor ritual que participar en una ceremonia del café etíope. Más que una bebida, el café en Etiopía es parte de su identidad. El país es considerado la cuna del café arábica, y la ceremonia tradicional es un evento social que puede durar una hora o más.

En casas, cafeterías y hasta hoteles, una mujer —generalmente vestida de blanco— tuesta los granos frente a los invitados, muele el café en un mortero y lo prepara en una jebena, una olla de barro. El aroma llena la habitación mientras se sirven tres rondas de café, cada una más ligera que la anterior. Se acompaña con palomitas de maíz o pan dulce, y la conversación fluye con tranquilidad.

Participar en esta ceremonia es cerrar el día con una comprensión más profunda del ritmo de vida etíope: pausado, hospitalario y lleno de significados.

Addis Ababa en el mapa del alma africana

Pasar 24 horas en Addis Ababa no es suficiente para entenderla, pero sí para enamorarse de su contradicción vibrante: es moderna y ancestral, ruidosa y espiritual, frenética y acogedora. Es una ciudad que respira historia desde cada rincón, no como un museo polvoriento, sino como una urbe viva que resiste el paso del tiempo y avanza, orgullosa, con su identidad intacta.

En un continente marcado por las cicatrices del colonialismo, Etiopía es un faro. Y Addis, su capital indómita, es un recordatorio de que la libertad no solo se conquista con armas o tratados, sino con la determinación de un pueblo por conservar su alma.

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